La heredera norteamericana que cruzó su vida con un Peralta Ramos

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El reciente Centenario de El Gran Gatsby, la novela de Scott Fitzgerald, dio para múltiples estudios y evocaciones. Y también para curiosas anécdotas, hoy incomprobables. Una de ellas, por ejemplo, asegura que el personaje que inspiró a Gatsby fue un playboy argentino de los años 20, Martín Máximo Pablo de Álzaga Unzué, “Macoco”. Hay otro personaje que, si bien no guarda relación personal con Fitzgerald, seguramente refleja el espíritu de la novela. Se llamaba Mary Millicent Abigail Rogers, a quien las revistas pasatistas hoy denominarían socialité. Su vida festiva, placentera y hasta ostentosa de aquellas décadas bien podría asociarse con algunos de los personajes retratados por Fitzgerald.

Conocida como Millicent Rogers, heredera de una de las mayores fortunas de Estados Unidos, atravesó tres matrimonios tumultuosos: uno de ellos, con un argentino, también de familia aristocrática, Arturo Peralta Ramos.

Icono de la moda en su tiempo, coleccionista de arte y finalmente activista por los derechos civiles de los pueblos nativos de Estados Unidos, Millicent se retiró en su rancho de Taos, Nuevo México, donde murió el primer día de 1953, a sus 51 años.

Su abuelo era Henry Huttleson Rogers, socio de los Rockefeller cuando estos levantaron su imperio con la Standard Oil. Millicent era hija del coronel Henry Rogers II, a la vez hijo de aquel magnate petrolero: la fortuna de la familia ya ascendía a los 100 millones de dólares.

Ella creció rodeada por el lujo, viviendo en mansiones y ocupando su tiempo en las fiestas más suntuosas. La visitaban los personajes de la nobleza —el Príncipe de Gales, entre ellos— la banca y el espectáculo.

“Los años 20 están brillando. Millicent es una estrella de la escena social de Nueva York; los detalles de su vida aparecen regularmente en las columnas de sociedad de los periódicos y sus fotos aparecen en Harper’s Bazaar y Vogue. Se convierte en un ícono de estilo y sigue siéndolo toda la vida. Ella adora a Mainbocher, quien la adora, y viste con gusto las creaciones surrealistas de Elsa Schiaparelli y la ropa de Charles James, quien la elige como musa desde que le hizo un camisón de encaje. Es el comienzo de un largo amor, Millicent lucirá sus fabulosos vestidos de noche a partir de ese momento”. Podía ser un pasaje de Gatsby, pero es apenas una descripción periodística.

Su familia esperaba para ella un casamiento a la medida, aunque no le salió ninguno.

Se casó en 1924 con austríaco llamado Ludwig von Salm-Hoogestraeten (él 38 años, ella 21) que sí presentaba títulos de nobleza —era conde— pero al que la prensa estadounidense definió como un “cazafortunas”, que dilapidó su propia herencia en juegos de cartas. Luwig tenía cierta fama. Había combatido como oficial del imperio austríaco en la Primera Guerra Mundial y, antes y después, fue un tenista a tiempo completo, participó en los campeonatos de Roland Garros y Wimbledon, y también alcanzó los cuartos de final en los Juegos Olímpicos de Estocolmo, en 1912. Conocido por su falta de deportividad, fue sancionado en muchos partidos y marginado de los torneos, pero aun así llegó a tener como compañeros de dobles a los más grandes jugadores de la época (la “divina” Suzanne Lenglen o Bill Tilden). Luego de la guerra, representó a Hungría en la Copa Davis.

El matrimonio con Rogers duró apenas dos años y luego el conde —quien fue compensado en 300 mil dólares por la familia de su mujer— se radicó en Budapest donde se suicidó en 1944 durante la ocupación nazi.

Millicent volvió a casarse: el 8 de noviembre de 1927, con el argentino Arturo Peralta Ramos en la Iglesia del Sagrado Corazón en Southampton, Long Island.

El coronel le asignó al matrimonio un fideicomiso de medio millón de dólares. Pero le hizo firmar al novio argentino una cláusula prenupcial, por la cual no recibiría un céntimo en caso de divorcio. Arturo no estaría muy preocupado por ello: descendía de una de nuestras familias patricias, cuyo precursor Patricio Porcel de Peralta y Ramos se había convertido en un rico comerciante a comienzos del siglo XIX. Llegó a financiar las primeras campañas de Rosas, pero después fue perseguido…

Millicent solía aparecer en la página de sociales en The New York Times y allí, en 1927, se lee:

“El coronel Henry Huddleston Rogers y su esposa anunciaron ayer en Southampton el compromiso de su hija, Millicent Rogers, con Arthur Peralta Ramos, de Buenos Aires, Argentina. Millicent Rogers, ex condesa Salm, se encuentra ahora con su madre y su hijo pequeño en París, donde se rumoreó y desmintió el compromiso en repetidas ocasiones. Se esperaba su regreso a Nueva York a finales del verano. Los rumores del compromiso, que circulaban desde hacía tiempo en París, se reforzaron cuando el Sr. Ramos la conoció en Cherburgo el 23 de julio (…) La condesa retomó su apellido de soltera. Estuvo de visita breve en julio en Nueva York, y durante ese tiempo alquiló un apartamento en el número 1035 de la Quinta Avenida. El mes pasado, su madre compró un magnífico palacio en el Gran Canal de Venecia. Se decía que el Sr. Ramos es un argentino adinerado. Lleva un tiempo viviendo en Francia”.

La luna de miel fue en nuestro país y también registrada por las páginas sociales. A la partida, escribieron: “Arturo Peralta Ramos y su novia, la ex Millicent Rogers, salieron silenciosamente de una puerta lateral del Hotel Savoy-Plaza poco después de las 10 de la mañana de ayer y se dirigieron a toda velocidad en un viejo y destartalado taxi hasta el muelle de Grace Line en Brooklyn, donde abordaron el Santa Elisa, que zarpó al mediodía hacia Sudamérica”….

Y al retorno:

“Trayendo nueve baúles, seis tortolitos, un guacamayo y un gato montés de Trinidad, la Sra. de Arturo Peralta Ramos y su esposo llegaron ayer a bordo del transatlántico Munson, Western World, tras su luna de miel en Sudamérica. Ella era la ex condesa Salm y, antes de su primer matrimonio, Millicent Rogers, hija del coronel H.H. Rogers. Mientras el barco atracaba, ella y su esposo permanecieron aislados en su camarote de la cubierta A y, en cuanto el barco llegó al muelle, bajaron a la planta baja por una escalera de equipajes. Sus baúles fueron trasladados al muelle como de costumbre. Los pasajeros informaron que la Sra. Ramos permaneció en su camarote la mayor parte del viaje, donde le servían las comidas, pero que su esposo subía a cubierta ocasionalmente y participaba en las apuestas de una de las carreras de caballos miniatura en la sala de fumadores”.

Millicent y su esposo argentino se instalaron en un chalet St. Anton, en Austria, decorado con muebles Biedermeier. Tuvieron dos hijos, Arturo Henry Peralta Ramos (1928-2015), quien llegaría a ser asesor del presidente Lyndon Johnson, y Paul Jaime Peralta Ramos (1931-2003). Este heredó la afición artística de su madre, fundó el museo con su nombre para promover el arte de los nativos americanos y financió a algunos directores de cine como Polanski.

El matrimonio de Millicent y Peralta Ramos se disolvió en 1935. Ella tuvo otro efímero matrimonio en Viena, con el financista Ronald Balcom. Apenas Hitler anexó Austria, entendió que debía volver a casa. Ayudó a familias judías a escapar con pasaportes suizos y ella misma consiguió salir sus hijos. Alcanzó a llevarse las joyas, pero su chalet fue expropiado por los ocupantes.

Disponía de propiedades en Washington, Nueva York, Virginia y Montego Bay (Jamaica), sus actividades y fotos aparecían cotidianamente en las revistas de moda y vivió nuevos romances con la mayor estrella de la época, Clark Gable, y con el escritor Ian Fleming. Sus mansiones exhibían cuadros de Van Gogh, Cezanne y Degas, cristalería llegada de China o comprada a viejos aristócratas rusos, nunca tuvo temor a los gastos ni a la extravagancia.

Todo cambió en 1947, cuando conoció Nuevo México. En una carta a su hijo Paulie, apunta: «¿Te he contado alguna vez lo que sentí…? De repente, al coronar la montaña, me sentí parte de la Tierra; podía sentir el sol y la lluvia sobre mí. Podía sentir las estrellas, la luna saliendo, los ríos bajo mí. Como parte de la Tierra, nadie está solo. Todos los miedos se han desvanecido… Quiero ser sepultada bajo el vasto cielo de Taos».

Se estableció allí, se dedicó a diseñar piezas de joyería y a promover el arte de los nativos de su país. También se convirtió en activista por los derechos civiles, llevando sus reclamos hasta Washington. Al momento de su muerte, de aquella fortuna familiar no había quedado casi nada. Pero su obra artística, también sus aportes en la moda y en la joyería, fueron reivindicados en los últimos años. En busca de la belleza: La vida de Millicent Rogers, la heredera estadounidense que enseñó al mundo sobre estilo, de Cherie Bunns, fue la primera y más reciente aproximación biográfica.

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